“¡Qué fantástica forma de saludarse!”, pensé cuando observé a dos hombres de negocios japoneses saludarse con una reverencia. No estaba escuchando alguna frase repetida llena de adulaciones hipócritas, sino que era testigo de un verdadero acto de cortesía.

Durante años había asistido a esas ferias comerciales y conferencias, y nunca había visto una acción que causara tal impresión en mí. Mientras observaba a esos hombres me perdí en mis pensamientos. Unos pocos minutos antes, apenas había alcanzado a evadir un portazo en la cara. La persona que iba delante de mí ni siquiera había volteado a ver si alguien iba tras él antes de soltar la puerta.

¡Zas! Supongo que elegí un mal lugar donde detenerme en el atestado corredor. Un ruido repentino a mis espaldas me devolvió al presente y vi un montón de folletos volando. De inmediato me incliné y comencé a reunir los folletos esparcidos por el suelo. Al tenderle los folletos que había reunido al mensajero, él me sonrió. “Supongo que le debo una disculpa; gracias pero no es necesario que me ayude a recoger todo esto”.

“Sí, si lo es” -le contesté. Al comenzar a retroceder por el atestado corredor, mi sonrisa creció un poco más.