Historias

Leer historias inspiradoras escritas por otros.
  • Afinidad

    Hace unos pocos meses levanté espontáneamente un volante en el supermercado donde se solicitaban voluntarios para el refugio local para personas sin hogar y llamé para ofrecer mis servicios.

    Mientras avanzaba por el estacionamiento del refugio, observé a un hombre de pie afuera fumando un cigarrillo. Recordé haberlo visto unas pocas semanas atrás en el centro comercial. Estaba sentado fuera del estacionamiento con un letrero donde se ofrecía para trabajar por comida. Pensé “Si quiere trabajar, ¿por qué no busca un trabajo como todos los demás?”. Me molestaba la punzada de culpabilidad que sentí por no haberle dado el cambio que tenía en el portavasos, pero lo olvidé rápidamente mientras volvía a casa a cenar. Ahora aquí estaba otra vez y le sonreí con torpeza cuando pasé junto a él. Me di cuenta de que estaba a punto de servirle la cena a un hombre a quien ni siquiera hubiera mirado directamente una semana atrás.

    Después de la comida, me enviaron a seleccionar ropa con algunos de los residentes temporales del refugio. Efectivamente, el hombre estaba ahí, poniendo camisas en una pila y pantalones en la otra. Mientras trabajábamos comenzamos a conversar. Supe que tenía una hija pequeña de casi la misma edad que mi hija, a quien él extrañaba mucho. Me sorprendió descubrir que habíamos crecido en la misma ciudad. Recordamos un restaurante en esa zona que había sido bien conocido por su pollo frito.

    Cuando la tarde llegó a su fin, me di cuenta de que lamentaba que nuestra conversación terminara. A través de un pila de ropa usada había aprendido una lección inesperada: si nos tomamos el tiempo, podemos descubrir que tenemos más en común con los que nos rodean de lo que nos imaginamos.

    —ANÓNIMO

  • Ambición

    Mi padre falleció cuando yo tenía tres años y mi madre quedó sola para enseñar a cuatro chicos a crecer, vivir y amar. No fue nada fácil para ella; trabajaba turnos de doce horas como maestra en una escuela nocturna pero, de alguna manera, ella se las arregló para lograrlo. Llegaba tarde a casa, nos preparaba la cena, escuchaba nuestras historias y nos acostaba a todos antes de que pudiera tener algo de tiempo para sí misma. Nunca le dimos mucha importancia en ese entonces, pero ahora es obvio que nosotros éramos su vida. Recuerdo haberle preguntado por qué hacía tantos sacrificios por nosotros, y su respuesta fue asombrosa: “El éxito de ustedes será mi mayor logro”.

    Desde ese día cambiaron tanto mi actitud como mis obras. Tuve la fortaleza y la valentía de enfrentar los problemas en lugar de evadirlos. Quería alcanzar nuevas alturas y la respuesta fue correr hacia este desafío. Ella iba a toda las competencias y siempre era la primera en llegar a la meta y la última en irse Aún puedo escuchar esas palabras que cambiaron mi vida. Su objetivo era darnos una mano y la oportunidad de hacer grandes cosas; mi ambición es tomar esa oportunidad y aprovecharla.

    —ANÓNIMO

  • Amistad

    En el escritorio de mi oficina tengo una fotografía. Cuando los días son largos o cuando mis clientes se impacientan, recuerdo tomarme un momento para mirar esa fotografía. Es una fotografía de mis mejores amigos que fue tomada hace años y que me recuerda los buenos tiempos que compartimos y el apoyo que hasta hoy me brinda su amistad.

    A pesar de que nuestras vidas partieron en diferentes direcciones, el lazo que creamos nos ha mantenido unidos. Es rara la semana en que no recibo un mensaje en mi máquina contestadora de alguno de ellos, “solamente para reportarse” o una carta en el correo con las últimas fotos del bebé o de las vacaciones. Con frecuencia recibo mensajes en mi correo electrónico con el chiste del día o con palabras de consuelo por algo que está ocurriendo en mi vida. Mis amigos han aparecido para fiestas sorpresa de cumpleaños, han enviado flores si ningún motivo e incluso, uno de ellos condujo cinco horas sólo para asistir al primer concierto de piano de mi hija.

    Nuestra amistad me ha ayudado a sobrellevar experiencias difíciles y ha enriquecido las buenas. Es el tipo de amistad que sortea los desacuerdos, los cambios y la separación. Lo que me recuerda que hay algunos mensajes que debo responder.

    —ANÓNIMO

  • Amor

    “¿Para quién son esas flores?” -preguntó sonriendo hacia el ramo de flores. Qué pregunta tan innecesaria de parte de la mujer que me ha guiado por las pruebas de la vida. Ésta es la madre que trabajaba todo el día y que tenía que lidiar con sus hijos en la noche mientras yo me esforzaba para graduarme de la escuela. Ésta es la esposa que se sentaba a mi lado y reprimía sus lágrimas mientras yo sufría un año agonizante de quimioterapia. Ésta es la mujer que estiraba cuidadosamente nuestro presupuesto para que pudiéramos pagar una casa nueva. Hoy el sol brilla, pero las nubes pueden regresar. No sé lo que nos depara el futuro, pero lo que sí sé es que mi amor por ella ha crecido y que nunca pondré en duda su amor por mí.

    —ANÓNIMO

  • Ayudar A Los Demás

    Grité con regocijo cuando la cuerda de mi caña de pescar casi me da en el rostro. Con sus fuertes brazos, mi padre se acercó y me ayudó a recoger la enorme masa de algas marinas. Él y mi hermana comenzaron a reír mientras yo miraba incrédulo. “Está bien” -me dijo sonriendo- “ya atraparemos otro”. No ayudó que a mi madre casi se le cayera la cámara de tanto reírse.

    Nunca pescamos ese pez, pero a través de los años, mi padre me ayudó de muchas otras formas. Yo trabajaba en su consulta dental después de la escuela y ayudaba en lo que pudiera. En la noche, él me ayudaba con mis deberes escolares. Y mi hermana lideró la sección de porras cuando recibí mi diploma de la universidad. Éramos un equipo.

    Ahora me doy cuenta de cuán feliz es mi vida cuando trabajo con otras personas. Ya sea que ellas me ayuden o que yo les ayude a ellas, las obligaciones parecen más livianas y el tiempo es un poco más dulce. Y algún día lograré atrapar ese pez.

    —ANÓNIMO

  • Compartir

    El griterío. Los chillidos. Las peleas. Había llegado al límite y me puse a contarle mis penas a mi madre a borbotones. “¿Cómo puedo hacer que compartan como lo hacíamos nosotros cuando niños” -le supliqué. Su respuesta fue una risa. “Muchas gracias, mamá” -le dije. “Perdona,” -me contestó con una risita- “pero ustedes no siempre compartieron”. Y comenzó a explicarme acerca de la “caja de los juguetes de la mala conducta”. Cada vez que peleábamos por un juguete, ella venía y tranquilamente nos lo quitaba y lo ponía en esa caja. Sí, recordaba esa caja. También recuerdo que no siempre era justo porque solamente uno de nosotros podría ser el responsable de todo el problema. Pero mi madre era consecuente. Sin importar la razón de la pelea, el juguete desaparecía en la caja durante una semana. Sin preguntas, sin oportunidad de hablar.

    Pronto aprendimos que era mejor compartir un juguete en lugar de perderlo. A menudo, uno prefería esperar un poco hasta que nadie más estuviera jugando con ese juguete en lugar de pelear y perderlo. No era un sistema perfecto, pero lo intenté de todas formas.

    La caja fue un golpe para mis hijos; los primeros días estaba casi llena. A medida que pasaban las semanas, comencé a notar cómo la caja cada vez estaba más vacía y cómo discutían menos. Hoy es música para mis oídos cuando escucho a mi hijo decirle a su hermana: “Está bien, puedes jugar con él”.

    —ANÓNIMO

  • Coraje

    “¡Qué fantástica forma de saludarse!”, pensé cuando observé a dos hombres de negocios japoneses saludarse con una reverencia. No estaba escuchando alguna frase repetida llena de adulaciones hipócritas, sino que era testigo de un verdadero acto de cortesía.

    Durante años había asistido a esas ferias comerciales y conferencias, y nunca había visto una acción que causara tal impresión en mí. Mientras observaba a esos hombres me perdí en mis pensamientos. Unos pocos minutos antes, apenas había alcanzado a evadir un portazo en la cara. La persona que iba delante de mí ni siquiera había volteado a ver si alguien iba tras él antes de soltar la puerta.

    ¡Zas! Supongo que elegí un mal lugar donde detenerme en el atestado corredor. Un ruido repentino a mis espaldas me devolvió al presente y vi un montón de folletos volando. De inmediato me incliné y comencé a reunir los folletos esparcidos por el suelo. Al tenderle los folletos que había reunido al mensajero, él me sonrió. “Supongo que le debo una disculpa; gracias pero no es necesario que me ayude a recoger todo esto”.

    “Sí, si lo es” -le contesté. Al comenzar a retroceder por el atestado corredor, mi sonrisa creció un poco más.

    —ANÓNIMO

  • Creer En Uno Mismo

    Crecí durante años observando a mis hermanos montar con tanta seguridad y destreza. Yo los admiraba en gran manera, siempre asistía con ellos a sus competencias y nos encantaba ir a ver los rodeos, son gratos recuerdos. A pesar de mi pasión por los caballos, yo no me atrevía a montarlos. No me sentía en la capacidad de domar un animal tan grande y fuerte. Un día mi hermano mayor, al verme observarlo mientras practicaba, se me acercó y decidió darme unas cuantas lecciones en su caballo de carrera, (el cual había entrenado durante años).

    Junto con el logró obtener tantos trofeos, que para mí era un privilegio que mi hermano me diera la oportunidad de montar en el. Al principio cometí errores—algunas veces me caí y me lastimé, pero mi hermano siempre me animaba y enseñaba pacientemente. Ahora que ya somos adultos y que nos encontramos de paseo en nuestro rancho (donde tantas veces practicamos de chicos), me di cuenta de lo valioso que fue para mí la confianza que mi hermano me brindó, al enseñarme en su caballo de carrera. No sólo me demostró que yo era capáz de alcanzar aquellas cosas que me parecían imposibles hacer, sino también sobre la importancia de creer en los demás.

    Toda persona tiene hablidades que descubrir y desarrollar y nosotros, al creer en ellos, les estamos dando la oportunidad de crecer y madurar. Ahora que veo a mis hijos, trato siempre de demostrarles que yo creo en ellos y la mayoría de la veces me he llevado agradables sorpresas que han superado mis expectativas, como producto de haber creído en ellos.

    —GRAMINTZ M.R.

  • Determinación

    Soy maestro en una escuela para niños invidentes y con problemas de la vista. Cuando alguien me pregunta acerca de mi trabajo, casi siempre recibo la misma reacción. Expresan preocupación y lástima por mis alumnos y comentan lo difícil que debe ser trabajar con niños que tienen una discapacidad como ésa que altera tanto la vida.

    En lugar de decirles que no se lamenten por mis alumnos, les invito a pasar alguna tarde con nosotros. Pocos aceptan la invitación, pero cuando lo hacen, se van cambiados. Me encanta observar sus expresiones de asombro cuando nos ven practicando atletismo y baloncesto o para la obra escolar que montamos en cada primavera. Se sorprenden porque navegamos por la red, leemos a los clásicos y participamos en ferias científicas por todo el estado.

    Mis alumnos son el grupo de niños más brillantes y determinados que he conocido. Solucionan problemas complicados con una perspicacia y creatividad notables. Tienen que trabajar no sólo contra su propia incapacidad de ver, sino que también contra los estereotipos en las mentes de aquellos que los rodean. Y cuando mis niños se proponen algo, es mejor apartarse de su camino. Su determinación para tener éxito en un mundo que a menudo es poco amistoso hace que lo que podría hacer sido una vida difícil sea en realidad una vida extraordinaria.

    —ANÓNIMO

  • Dios El Grande

    He despertado y los rayos del sol chocan con mi ventana y el cantar de los pajaritos anuncian la nueva mañana.

    Doy igracias a Dios! Por permitirme un día más de vida y por tener todavía conmigo a mi familia querida.

    Le pido a Dios que bendiga a todas las familias y que a los niños desprotegidos no les falte el pan de cada día. Le entrego a Dios mi vida entera y que se él guiándome en caminos y carreteras.

    Al atardecer le clamo a Dios que me llene de humildad y que llene mi corazón de mucha solidaridad.

    Al llegar la noche le dio a Dios: Gracias por todo lo que me distes hoy y es tu voluntad que mañana amanezca vivo o mañana mismo me voy contigo.

    —EDWIN JOSÉ MOLINA HERNÁNDEZ

  • Elecciones Correctas

    Eran sólo cuentos, pero cada noche mis padres y yo nos reuníamos y leíamos un libro de cuentos de hadas. Caballeros valerosos rescataban a la princesa, pequeños duendes que venían en ayuda de las personas necesitadas y niños pequeños que se metían en problemas por decir una mentira. Cada una de ellas encontró un lugar en mi corazón, especialmente la historia de la princesa que tenía que decidir cuál camino seguir en un bosque extraño y encantado.

    Hace unos pocos años, los despidos en el trabajo me dejaron buscando desesperadamente un nuevo empleo. Busqué en el periódico y llamé a mis amigos para que me dieran datos. Después de muchas entrevistas y de mucho desaliento, sucedió. No una sino tres ofertas de trabajo llegaron el mismo día. Cada una de ellas en una ciudad diferente y todas me darían el ingreso que necesitaba.

    Pero no podía decidir cuál de ellas tomar. Los reclutadores hacían que todas sonaran perfectas, pero yo sabía que una sería mejor que las otras. Pero cuál, me preguntaba. A medida que revisaba a cada empresa y mis metas personales, empecé a sentirme en paz con una oferta en particular. Pero todavía estaba confundido.

    Cuando me senté a pensar, escuché la voz de mi madre en mis recuerdos cuando leía los cuentos de hadas en mi infancia. La princesa se encontraba en el bosque y estaba confundida porque todos los animales le daban consejos opuestos. De pronto lo supe. Y la decisión que tomé me dio una carrera de la que me siento orgulloso. ¿Qué cuáles fueron las palabras que recordé?

    “Cuando necesites un amigo en quien confiar, escucha a tu corazón”.

    —ANÓNIMO

  • Enseñar Con El Ejemplo

    Durante el año escolar, mi padre se ofreció como voluntario después del trabajo para ser el guardacruces. Nada podía convencerlo de salir temprano o de abandonar su deber de guiar con seguridad a los niños al cruzar la calle, ni la fría lluvia, ni el mal resfrío, ni siquiera una comida caliente sobre la mesa. Cada vez que lo veía vestido con su uniforme de guardacruces, de color naranjo brillante, me sentía henchido de orgullo por su preocupación y compromiso con los demás.

    Mi padre era el tipo de persona que ayuda a cualquiera, en cualquier momento. Cuando una avergonzada mujer delante de nosotros en el mesón de la caja en la tienda de abarrotes estaba corta de dinero y no le alcanzaba para comprar sus compras, mi padre se adelantaba y cubría la cuenta. Cuando un conductor trataba de cambiar de pista en horas de gran tráfico, mi padre siempre le permitía entrar. Dejaba grandes propinas a las meseras y ayudaba a mamá a entrar los comestibles sin que se lo pidieran.

    Sé que mi padre no estaba enseñándome intencionalmente alguna lección acerca de ofrecerse a ayudar o de ser considerado; él se preocupaba por los demás y le gustaba ayudar cuando podía. De hecho, ni siquiera pienso que estuviera consciente de que yo lo observaba. Pero yo sí lo hacía. Como dice el proverbio, obras son amores y no buenas razones.

    Me gusta pensar en estas obras como si fueran una tradición familiar. Ahora busco la forma de ayudar a los que me rodean. No pasa un día sin que tenga la oportunidad de ayudar a alguien o de ofrecerme como voluntario y enseñar a mis propios hijos con el ejemplo. Uno de estos días incluso haré que ese uniforme de guardacruces de color naranjo forme parte de mi propio guardarropa.

    —ANÓNIMO

  • Esfuerzo

    Jueves en la noche. Esa es nuestra noche y papá nunca me decepcionó. Obviamente teníamos que hacer excepciones en ocasiones especiales de vez en cuando, pero nunca se olvidó ni canceló nuestra cita. Desde entonces he crecido y tengo mi propia familia, pero todavía llamo a papá todos los jueves en la noche, si él no lo hace primero.

    Ahora me doy cuenta de lo difícil que era para él darme esa noche todas las semanas. Estoy seguro de que siempre había trabajo que hacer y sé que hubo noches en que él solamente quería relajarse. Un jueves lo llamó su mejor amigo con boletos para el gran partido. Estoy seguro de que su amigo pensó que estaba loco cuando él rechazó la invitación y le dijo que lo sentía, pero que tenía plantes importantes para esa noche. Me sentí diez pies más alto al escuchar a mi papá decir que yo era más importante que el partido.

    El único problema que tengo de llamar todos los jueves a mi padre es la queja de mi propio hijo de que esta llamada le quita tiempo a nuestra noche. Algún día él lo entenderá y estoy seguro de que me perdonará por esos 15 minutos que ocupo en el teléfono. Después de todo, es nuestra noche.

    —ANÓNIMO

  • Esperanza

    La vida no siempre es fácil. Desde que llegamos a este planeta nunca se nos garantiza que las cosas vayan a ser siempre fáciles. Ése es el caso de todos nosotros, sin importar quiénes somos o de dónde venimos. Yo sé mucho de eso, de primera mano. En septiembre de 1990, cuando tenía once años, me golpeó un automóvil en mi primer día de escuela en séptimo grado. El accidente me dejó paralizado del cuello hacia abajo y conectado a un respirador artificial. Antes de que pudiera seguir con mi vida, tuve que comprender que, a pesar de la situación, seguía siendo la misma persona que siempre había sido. Mi vida no había terminado, por el contrario, solamente era diferente.

    A pesar de que nuestras experiencias no hayan sido exactamente las mismas, la mayoría de nosotros debe de haber sufrido cosas similares durante la vida. Hay dificultades que todos debemos enfrentar, sin importar la forma en particular. Especialmente en estos momentos de confusión, hay presiones que la sociedad impone sobre nosotros para que nos comportemos de cierta forma, con frecuencia sin que conozcamos las posibles consecuencias. Sin embargo, para poder lidiar eficientemente con estos desafíos de nuestras vidas, primero debemos tener un conocimiento agudo de quiénes somos en realidad en nuestro interior. Es cuando llegamos a ese conocimiento cuando sabemos que no tenemos que sucumbir a ningún obstáculo. Ninguno de nosotros tiene que ser identificado por los problemas que debe enfrentar.

    Cuando tenía doce años y todavía me encontraba en el hospital, no podía evitar darme cuenta de que algunos de los niños que se encontraban ahí conmigo estaban renunciando y no veían que su futuro todavía era brillante. Y me preguntaba por qué ocurría eso. Me preguntaba por qué algunas personas no podían ver todas las posibilidades que todavía tenían, incluso si estas posibilidades no eran las que habían planeado originalmente. Me preguntaba qué era lo que tenían algunas personas que las ayudaba a través de sus momentos difíciles y les permitía enfrentar positivamente su futuro. Con el paso de los años, no obstante, pienso que he encontrado por mí mismo una respuesta: es una cuestión de esperanza. Y cuando digo esperanza, no me refiero a las cosas que deseamos, como “espero poder ir al cine este fin de semana”. Me refiero a la esperanza en un sentido más amplio, que incluye un sentimiento de autovaloración, una capacidad de adaptarse a los muchos cambios de la vida y una capacidad de encontrar diversas formas para abordar los problemas. Incluye el sentirse orgulloso de quién se es y el conocimiento de que las experiencias personales, sin importar cuáles hayan sido, le han ayudado a uno a convertirse en la persona que es. Es con esperanza que yo he podido sobrellevar las dificultades que he debido enfrentar y es con esperanza que cada uno de ustedes puede hacer lo mismo.

    La vida avanza con una serie de desafíos casi constantes, algunos más grandes que otros, pero que siempre se deben enfrentar. A pesar de que en algunos momentos puedan parecer inconquistables, los obstáculos de nuestra vida a menudo son desviaciones que tenemos que tomar para cumplir nuestras metas finales. Sin importar el tipo de adversidad o desafío que deba enfrentar siempre puede creer que, con esperanza, lo podrá conquistar y al final usted será más fuerte para ella. La vida sigue, siempre lo hace. El camino que tome finalmente, sin embargo, puede no ser el que había esperado en un principio.

    —ANÓNIMO

  • Espíritu Deportivo

    Era nuestro partido de fútbol del campeonato y yo era en general detestable gritando a los competidores y compañeros de juego, sin importar a quién chocaba, pateaba o empujaba. Me concentraba en ganar y nada más. La chica que jugaba en mi posición en el equipo contrario era hábil y la intensa mirada de regocijo en su cara mientras jugaba sólo empeoraba mi actitud. Yo frenaba el avance, usando todos los trucos sucios que sabía y lanzando insultos. Ella no reaccionó a ninguna de mis conductas negativas pero continuó jugando agresivamente. En los minutos finales, otra jugadora se lanzó sobre mí en el ángulo equivocado y oí un horrible sonido mientras mi rodilla se torcía. Quería que mi cuerpo siguiera corriendo pero en lugar de eso, me caí al suelo con un dolor insoportable. Mi rival no dudó su preocupación, se arrodilló a mi lado y tomó mi mano, y me dijo palabras alentadoras hasta que los entrenadores me sacaron de la cancha. De algún modo sabía que no estaba arrepentida de haberme ayudado aunque nuestro equipo ganó el partido. Debido a que ella jugaba por motivos justos, me enseñó una lección enriquecedora sobre el significado del espíritu deportivo. No merecía su amabilidad ese día, pero trato de pagarle ahora comportándome con verdadero espíritu deportivo en la cancha de fútbol y en todos los aspectos de mi vida. Estoy agradecido a esa lesión y por el ejemplo de una persona completamente extraña. Realmente no se trata de ganar: se trata de cómo jugar el partido.

    —ANÓNIMO

  • Gratitud

    “Gracias por detenerse” -dice él con una enorme y franca sonrisa. Le sonrío de vuelta y continúo mi camino. ¿Cómo podía mantenerse tan alegre ese viejo vendedor de flores? Todo lo que yo hacía era detenerme y mirar sus flores en mi apuro para llegar al trabajo. He pasado por su carro de flores durante un año y hasta ahora nunca he comprado una sola flor. Sin embargo, todos los días recibo la misma sonrisa alegre y un simple gracias.

    Decidí que al día siguiente finalmente le compraría un ramo de claveles dobles para mi escritorio y vería como me trataba el hombre después de comprarle algo. “Gracias por detenerse” -fue su única respuesta, junto con la misma sonrisa amplia y franca. No pude resistir más y le pregunté: “¿Por qué me agradece por detenerme cada día cuando nunca he comprado nada?” Él me miró un momento y me contestó: “Cada persona que se detiene a mirar mis flores hace que me sienta bien por lo que hago. Trato de poner algo de alegría en este mundo tan ocupado y cuando alguien se detiene, siento que estoy haciendo un buen trabajo.”

    “Gracias por estar aquí” -fue mi sonriente respuesta mientras me apuraba para llegar a mi trabajo.

    —ANÓNIMO

  • Honestidad

    Sabía que algo andaba mal porque él siempre se veía más feliz después de estar con sus amigos, por lo que le pregunté qué pasaba. Acababan de terminar un partido de baloncesto y estaban sacando sus bicicletas para ir a casa. Mientras quitaba la cadena de su bicicleta, ésta se volcó y abolló un automóvil que estaba estacionado cerca. El aspecto taciturno de su rostro me indicó que había vuelto a casa sin decir nada a nadie.

    Le pregunté si me quería acompañar a hacer algunas diligencias y camino a la tienda, le expliqué las alternativas que tenía y las consecuencias de su decisión. En el camino de regreso a casa, le pregunté si le gustaría que nos detuviéramos en el parque y, tímidamente, me contestó que no. “Bueno, entonces ¿qué te parece si vamos a comer algo?” -le pregunté mientras estacionaba.

    El restaurante no había cambiado mucho desde que yo trabajé ahí hace muchos años. Reconocí la voz de mi antiguo jefe, Fred, que venía de la cocina, y le pregunté a una de las meseras si podría conversar con él. Al principio, no se acordó de mí pero pronto las cosas cambiaron; en esos tiempos, yo era una especie de superestrella en el campo del lavado de platos. “Te debo algo de dinero, Fred. “Me comí muchas hamburguesas en las pausas entre lavados y nunca te pagué por ellas”. Fred me miró sorprendido y no quiso aceptar el dinero, pero me agradeció y dijo que ésta era la primera vez que alguien volvía después de tantos años a pagar una deuda. Cuando salíamos del restaurante, sonreí cuando mi hijo me preguntó: “¿Por qué hiciste eso, papá?” La respuesta era simple: “Estaba cansado de sentirme culpable cada vez que pasaba por el restaurante. Nunca es demasiado tarde para tratar de reparar un error” -hice una pausa y le pregunté: “¿Quieres detenerte en el parque otra vez?”

    Nunca se imaginarán lo que me contestó.

    —ANÓNIMO

  • Incluir A Otros

    Al mirar a mi hija abrir sus regalos de cumpleaños, sentada en un círculo en el piso rodeada de todos sus amigos, no puedo evitar pensar lo extraño que este pequeño grupo habría parecido sólo unos pocos años atrás o incluso hoy mismo, en diferentes partes del mundo. La diversidad de los niños me sorprende; los antecedentes étnicos y religiosos que representa este pequeño círculo se extienden por lo menos a ocho o nueve países. Me encanta su inocencia y la comodidad de los unos con los otros.

    Cuando apaga sus velas y los otros niños esperan sin aliento para ver si pide un deseo, sé que es aquí donde comienza la aceptación. Es en este ambiente donde se empieza a tejer la trama de las creencias; estos pequeños no ven diferencias, sólo similitudes. Y cuando aparezcan las diferencias, espero que éstas sean un motivo de celebración y crecimiento. Hoy, este pequeño círculo de amistad me ayuda a creer que estamos creando un buen comienzo.

    —ANÓNIMO

  • Inspiración

    Era una fría tarde de octubre cuando mi abuela entró al salón de clases, susurró algo en el oído de mi maestro y después me llevó hacia afuera. “Hubo un accidente en la fábrica hoy, Joe” -me dijo con calma mientras abría la puerta del automóvil- “Pero tu padre estará bien”. Empecé a llorar y entre las lágrimas observé el camino a medida que nos acercábamos cada vez más al hospital. Por lo que me pareció una eternidad, permanecí sentado entre mi madre y mi abuela fuera de su habitación esperando alguna novedad. Finalmente le pregunté: ¿Cómo lo sabes?

    Ella unió fuertemente las manos sobre su regazo antes de darme la mirada más segura que jamás he recibido: “Porque a veces, Joe, lo único de lo que somos capaces es de creer”.

    Entonces, ahí nos quedamos sentados los tres, creyendo juntos que todo estaría bien. El médico salió unos minutos más tarde y confirmó la noticia. Vi cómo la tranquilidad de mi abuela se convertía en felicidad y caía una lágrima sobre sus manos, que ahora estaban suavemente apretadas.

    Fe. A pesar de que ella ya no está, todavía creo lo que me enseñó. Las relaciones y los recuerdos que nacen de la confianza establecen algunos de los lazos más poderosos que existen entre las personas. Para mí, el vivir con las convicciones y el ejemplo que ella me dejó, es el mejor regalo que espero darle.

    —ANÓNIMO

  • Integridad

    “Pero papá, los trabajadores ya terminaron ese piso”. Así me quejaba mientras le ayudaba a cargar los suministros para revestimientos de pisos en la camioneta. “No está terminado hasta que no esté bien hecho” -fue su tranquila respuesta.

    Yo había estado ayudando a mi padre durante el verano en su negocio de revestimientos para pisos. Había instalado pisos en incontables casas en toda la ciudad. Empezaba a sentir como si hubiera vivido en cada una de las calles del pueblo. Todo lo que quería hacer hoy, era salir con mis amigos. Pero aquí estaba yo, conduciendo de regreso a una obra con mi padre.

    Cuando entramos a la casa miré alrededor cuidadosamente para tratar de ver justo lo que requería de nuestra atención. Los propietarios nos habían contratado la semana pasada para instalar pisos de madera noble en todo el nivel principal y yo ya estaba más que cansado de colocar tablas.

    Cuando entramos a lo que parecía la oficina en la casa, supongo que mi padre vio la expresión de desconcierto en mi cara. “Mira aquí” -dijo señalando hacia un punto cerca de un estante- “ahí hay una tabla torcida que se está empezando a resquebrajar. Si la dejamos como está, con el tiempo le causará problemas al propietario.”

    Cuando terminamos de cambiar la tabla defectuosa, finalmente me di cuenta de por qué el negocio de mi padre tenía tanto éxito… y de por qué yo tenía tantos pisos que instalar.

    —ANÓNIMO

  • Laboriosidad

    Muy pocas personas tienen la oportunidad y el privilegio de marcar la diferencia. Me gusta pensar que cada día que hago mi trabajo de alguna forma, por pequeña que sea, he cambiado algo para mejor. No es necesario que sea algo gigantesco; cuando tenía seis años, era tan simple como bajar a mi gato de un árbol. Las cosas que correspondían a un día normal para este hombre, para mí eran algo extraordinario. Ahora que me he convertido en lo que admiraba he tenido que aprender a manejar situaciones inesperadas y difíciles. Han habido momentos en que he visto cosas tan intensas que las lágrimas han brotado incluso antes de que sintiera la emoción. Es en esos momentos en que me sumo en mis recuerdos. Las experiencias difíciles de mi vida hacen que cualquier otro momento sea mejor de lo que habría sido de otra manera.

    ¿Por qué hago lo que hago? Porque necesito encontrar los momentos que cambian los lugares y las vidas a mi alrededor y, lo que es más importante, los momentos que me cambian a mí mismo. Para eso vivo y el deseo de vivir cada día con ese fin último en mi mente, es el único fuego que arde para siempre.

    —ANÓNIMO

  • Los Colores De Mi Equipo

    Los colores de mi equipo no son negros o amarillos o de un hermoso tri - color, Son de la gente que me apoya sin yo haber hecho un solo gol.

    Los colores de mi equipo florecen en la adversidad, No se doblan con el viento, brillan en la obscuridad.

    Cuando arraza la marea y se forma un huracan los colores de mi equipo son un faro, Un ancla en la mar.

    Los colores de mi equipo son mi escudo ante el mal. Armado con su amor nada me puede derrumbar.

    Los colores de mi equipo son valientes, no se acobardan, dan de si siempre lo mejor. Por muy dificil el camino siguen con valor.

    Los colores de mi equipo no se tratan de futbol, Mas de la gente que me guia y demuestran su amor.

    —ANNA LAURA CASARIEGO

  • Mi Motivo De Vida

    A los 6 meses de edad mi madre (persona con discapacidad de expresión) viaja a la capital de mi país Ecuador a trabajar. fue un viaje sin retorno, porque la ultima informaron que tuvimos es que se encontraba desaparecida, desde entonces mi abuela materna, si hizo mi pilar fundamenta, fue mi padre y madre quien cuidaba de mi y de mis tíos. pues mi abuela era viuda con bocas que alimentar y sin trabajo. y lo que es peor, con una edad superior a los 60 años. hoy tengo 26 años de vida, gracias a una mujer maravillosa que dejo de comprar ropa, por dármelo todo, hoy mi sueño es terminar la universidad y darle a esa mujer todo lo que pueda. y se que con la bendición de Dios lo lograre.

    —LUIS RUA

  • Motivación

    Russ Marek, ganador de la Medalla de Bronce y el Corazón Púrpura, dos de las medallas militares más importantes, no es un hombre como todos. En realidad, él y su historia son bastante extraordinarios. Mientras se encontraba en el ejército sirviendo a su país, Russ estaba en una misión de rutina cuando su tanque fue derribado por el fuego del enemigo. La explosión voló la torreta de veintiuna toneladas del tanque por lo alto del cielo. Su tripulación entera murió y Russ resultó gravemente herido. Después de ese evento, Russ quedó tetrapléjico, en una silla de ruedas. Había perdido su lado dominante, la pierna y el brazo derechos, soportado graves lesiones cerebrales, casi no podía hablar, y el veinte por ciento de su cuerpo estaba cubierto de quemaduras. Mientras enfrentaba desafíos imposibles de comprender, terribles dolores físicos y traumas emocionales inquietantes, Russ irradiaba una sonrisa desde su interior y tenía un centelleo en sus ojos. Tres años después, Russ fue invitado a hablar en una ceremonia para honrar héroes de guerra, como él. Sorprendentemente, caminó despacio al podio con la ayuda de muletas. Dio un sentido discurso de agradecimiento y dejó claro que aunque aún está en tratamiento con obstáculos para vencer, un día muy pronto vivirá independientemente en su casa. Encontrarse a Russ es ser testigo de un milagro andante. La habilidad de Russ para pensar menos en el pasado y concentrarse más en vivir una vida plena e independiente es su fuerza. Debido a la motivación y el coraje de Russ, estoy seguro de que lo logrará.

    —ANÓNIMO

  • Oportunidad

    La tormenta más grande del año arrojó un pie y medio de nieve en nuestra ciudad. Pero en lugar de acurrucarse con un libro junto a la estufa, mi esposo está en el garaje quitándole el polvo al quitanieves rotativo. La mayoría de las personas vería los montones de nieve como un fastidio, pero mi esposo los ve como una gran pila blanca de oportunidad.

    A través del gruñido del motor y las nubes de los gases de escape perfumados de gasolina, se abre camino hacia la vereda y sube por un costado de la calle y luego baja por el otro. No solamente se preocupa de la anciana que vive unas casas más abajo, también limpia el camino particular del hombre de negocios al otro lado de la calle. Es un hecho bien conocido en nuestra cuadra el que nadie necesita partirse la espalda con la pala o ni siquiera deben ponerse el abrigo después de una nevada. Simplemente esperan el gruñido del quitanieves rotativo y el saludo de mi esposo avisándoles que su vereda y el camino particular están limpios. Así es cómo hace de sus vecinos, sus amigos.

    —ANÓNIMO

  • Optimismo

    “¡Vamos, hombre, aquí no hay nada más que cielo!”

    Recuerdo ese día hace muchos años en el trampolín. Mi hermano siempre tenía una excelente visión de la vida. Nada parecía deprimirlo. Rara vez se quejaba y parecía que todo el mundo era su amigo. Cuando crecimos, él comenzó su propia empresa. Incluso cuando enfrentaba serios contratiempos, siempre encontraba un lado bueno de qué asirse. Con el tiempo, su esfuerzo rindió frutos y su empresa fue un éxito.

    Siempre ha sido mi héroe. Siguiendo su entusiasmo por la vida, yo también he comenzado a labrar mi camino en el mundo de los negocios. Y siempre que me siento deprimido y desalentado, miro hacia arriba y recuerdo su voz gritando alegremente ese día de verano: “¡Aquí no hay nada más que cielo!”

    —ANÓNIMO

  • Paciencia

    El recuerdo más querido que tengo de mi padre ocurrió un día de verano en medio de un lago en la montaña. “No lo sacudas. Sólo recoge la cuerda lentamente” -me susurró mi padre. Pero era tan difícil. Yo odiaba esperar por cualquier cosa. Por lo general me demoraba mucho en decidir lo que quería realmente, pero una vez que me decidía lo quería de inmediato. Y yo quería atrapar un pez en ese preciso momento.

    Mi padre pareció sentir mi impaciencia. “Los grandes no llegaron a ser tales por morder la primera lombriz que golpea el agua” -me dijo con calma- “Pronto descubrirás que las cosas grandes y que valen la pena, generalmente requieren de mucho tiempo”.

    Luego, con una sonrisa que nunca olvidaré, agregó: “Después de todo, yo ya llevo doce años contigo”.

    —ANÓNIMO

  • Reconocimiento

    Llevo quince años enseñando y aún no he encontrado una forma para prepararme para el último día del año escolar.

    El primer día de escuela siempre comienza con ansiedad y nerviosismo a medida que los alumnos y yo misma, nos acomodamos en nuestro pequeño mundo que es el salón de clases. Un mundo que compartiremos por los siguientes nueve meses. Me río, lloro y finalmente celebro el éxito a medida que los alumnos progresan. Sin embargo, las mismas emociones de dicha y tristeza fluyen mientras me despido el último día de escuela. Es como decir adiós a familiares que no volveré a ver jamás. Siempre me las arreglo para mantener una sonrisa hasta que el último alumno se va. Luego me siento y dejo caer las lágrimas mientras observo los obsequios que dejaron en mi escritorio los alumnos que se han ido.

    Después de todos esos días de pensar si he marcado una diferencia, miro todas las tarjetas. “Es la mejor maestra que he tenido. Con amor”, leo mientras alcanzo silenciosamente la caja casi vacía de pañuelos desechables.

    —ANÓNIMO

  • Respeto

    El ritual era el mismo todas las semanas. Ambos saltábamos del automóvil y corríamos a dar un gran abrazo a nuestra abuela justo antes de que nos invitara a entrar donde nos esperaban las galletas recién horneadas. Mi abuelo siempre se quedaba en el estudio esperándonos. Cuando entrábamos, era mágico. Nos sentábamos durante horas a escuchar sus historias mientras la abuela nos traía galletas y leche hasta que ya no podíamos comer más. La mayoría de sus historias eran sobre la guerra. Historias asombrosas acerca del valor, el coraje, la nobleza y la gentileza. Hablaba acerca de hombres que no había visto en más de cuarenta años, hombres que reconocería si los viera entonces, hombres a los que todavía podía llamar hermanos. Siempre miraba a Dave a los ojos y le decía que tenía el mismo corazón que tenían esos hombres. Ponía su mano en mi cabeza y me explicaba cuánta fortaleza le había dado mi abuela durante esos tiempos difíciles y cuánta fortaleza yo le daba a otros en la misma manera. “El amor es una cosa poderosa” -nos decía. Y tenía razón.

    Todos los 4 de julio nos parábamos fuera de la casa mientras él izaba la bandera. Siempre se sacaba el sombrero y se lo pasaba a Davey quien lo sostenía sobre su corazón tal como le habían enseñado. Mirábamos juntos hacia la bandera recordando las historias y pensando en todo lo que esto significaba. Ver su rostro cuando desdoblaba la bandera es algo que jamás podré olvidar. La única lágrima que corría por su mejilla a medida que afloraban los recuerdos, siempre era suficiente para hacerme llorar. Él vio una causa genuina y arriesgó su vida para pelear por esa causa. Este sacrificio me enseñó una de las mayores lecciones que he aprendido. “Respétate a ti mismo, respeta a los demás y sobre todo, respeta tus creencias.”

    —ANÓNIMO

  • Sacrificio

    Mientras caminaba por la vereda camino a la universidad, vi a una solitaria ciclista esforzándose por subir la inclinada pendiente. De pronto, la cadena se soltó y la chica perdió el impulso y empezó a rodar cuesta abajo. Logró sujetarse justo a tiempo para no caerse y yo alcancé a verla bajarse de la bicicleta y desplomarse junto a ella. Al acercarme pude ver que estaba llorando. “¡Qué mala suerte!”, pensé, mientras daba un vistazo a mi reloj para darme cuenta de que sólo tenía cinco minutos antes de que empezara mi primera clase. Apuré el paso y comencé a subir la misma colina.

    Mientras caminaba, recordé un día cuando yo era niño y trataba de reparar la rueda desinflada de mi bicicleta por primera vez. A pesar de que iba vestido de traje para el trabajo, mi vecino me vio y se acercó para ayudarme a reparar la rueda.

    Di unos pasos más y entonces me devolví a donde estaba la mujer, que ahora trataba de enjugarse las lágrimas. “¿Puedo ayudarle?” -le pregunté al acercarme. “¿Sabe algo acerca de estas estúpidas bicicletas?” -me contestó. Eché un vistazo a la situación y me di cuenta de que rápidamente podría poner la cadena en su lugar. “Parece que esto estaba atascado en la rueda de la cadena” -le dije mientras le mostraba los restos grasientos de una hierba. Una suave sonrisa se abrió paso a través de su rostro surcado de lágrimas. “Gracias por ayudarme” -me dijo al mismo tiempo que su sonrisa se ampliaba. “No hay problema” -le contesté mientras me daba vuelta y volvía a iniciar el ascenso de la colina.

    Incluso con la grasa en mis manos, me pareció que la caminata cuesta arriba era más fácil con la alegría de haber ayudado realmente a hacer que el día de una persona fuera un poco más brillante. Valió la pena llegar unos minutos tarde.

    —ANÓNIMO

  • Solidaridad

    “¿Quieres hablar?” -me preguntó mientras se sentaba junto a mí. Creo que en verdad él ya conocía la respuesta y que no se sorprendió cuando preferí no decir nada después de todo. Estuvimos sentados juntos durante horas mirando el océano y dejando que nuestros pensamientos volaran con la brisa. De vez en cuando me miraba y me sonreía de una manera que me hacía saber que todo estaría bien. De vez en cuando yo lo miraba y lo único que veía era sinceridad.

    Si ahora me preguntaran por qué estaba triste y solo ese día, no sabría qué decir. Lo único que puedo recordar es la mano de mi padre en mi hombro, su sonrisa amable y la tranquila confianza que alejó mis lágrimas. Sin importar lo que pasara, yo sabía que él siempre estaría para mí, igual que en ese momento. Dos horas de su tiempo me dieron sabiduría más allá de mis años y el recuerdo de su compasión en todo lo que hizo por mí, es uno de los pocos recuerdos que nunca se desvanecerán.

    —ANÓNIMO

  • Superación

    Cuando éramos niños nos gustaba saltarnos clases para hacer una caminata corta río abajo y ver quién podía atrapar la trucha más grande. Ese año había sido maravilloso para pescar, las condiciones eran perfectas como también lo era mi caña de pescar. Vívidamente recuerdo el momento en que, con mi amigo a mi lado, abrí ese regalo la mañana de mi cumpleaños. Estábamos tan emocionados. Ese día en particular era el turno de él de llevar la caña al río. La compartíamos porque él aún estaba ahorrando dinero suficiente para comprar una igual a la mía. Mientras caminábamos hacia el borde, él se resbaló y cayó, suavizando la caída con sus manos y mi caña de pescar. Ambos la oímos crujir y vi la mirada en sus ojos cuando se toparon con los míos.

    Bueno, entonces dije algunas cosas que definitivamente no debí haber dicho Le grité cosas que me había contado en secreto, traicioné su confianza, lo obligué a irse. Recuerdo claramente cómo caminé solo a mi casa ese día con un trozo de mi preciada posesión en cada mano, sintiéndome más mal por lo que me había pasado a mí que por lo que yo había hecho que ocurriera.

    Al acercarme a mi casa pude presentir que algo andaba mal. Cuando entré, pude ver que mi familia estaba sentada perfectamente tranquila en círculo. “El tiempo está empeorando, hijo, solamente tenemos una semana para recoger nuestra cosecha antes de que anuncien el comienzo de las tormentas”.

    Me sentí impactado, en solamente una semana podíamos perder todo. Estaba a punto de decir algo a mi padre cuando escuché que llamaban a la puerta. Cuando abrí, ahí estaba Tom, mi mejor amigo, con las manos en los bolsillos y mirando a sus zapatos. “Acabo de escuchar lo de las tormentas, Rick. Pensé que tal vez necesitaran algo de ayuda”. Yo estaba sorprendido. Mi padre sonreía mientras se levantaba de su asiento y decía: “Entonces, manos a la obra”. Su perdón fue una gran ayuda para mi familia en estos difíciles momentos. Desde entonces, como amigos, hemos recorrido un largo camino juntos. Un camino que está lejos de terminar…

    —ANÓNIMO

  • Vivir La Vida

    Cuando mi esposo y yo nos comprometimos, me dijo con los ojos brillantes que quería presentarme a su otra novia. Estaba sorprendida, sabía que estaba tramando algo. Fuimos a la casa de al lado y nos recibió una encantadora señora mayor llamada Alta. Me di cuenta de inmediato de que aunque Alta rondaba los 90 años tenía una mente ágil y una inteligencia igualmente rápida. Al instante me enamoré de ella y pude ver por qué era la otra novia favorita de mi esposo. Un día, hace 10 años, él la vio plantando tulipanes bajo la lluvia y decidió ofrecerle algo de ayuda. Ese fue el comienzo de sus citas de los domingos: él le cantaba canciones con la guitarra y ella le hacía budín de arroz. Hablaban de los eventos de la semana y disfrutaban el tiempo juntos. Sin un dejo de celos, Alta me dejó entrar en su corazón. Nos hizo reír al hablar de tocar el piano para los viejos en el hogar de ancianos cada semana, cuando ella era más vieja que cualquiera de ellos. Alta nunca parecía estar triste. Aunque su esposo había muerto cuando ella tenía sólo 34 años dejándola con 3 niños pequeños y uno en camino, nunca perdió la esperanza. Volvió a la escuela para ser maestra y mantener a su pequeña familia hasta que ellos tuvieran la suya propia. Con el paso de los años, siempre que me sentía agobiada con un bebé que no dormía, o cuando la vida me parecía demasiado pesada para soportar, todo lo que tenía que hacer era visitar a Alta. Con una sonrisa en su cara arrugada, simplemente me recodaba que “siguiera adelante”. Sus consejos y su carácter inquebrantable, a pesar de las dificultades, me ayudaron a darme cuenta lo que realmente significa vivir la vida. Por eso, siempre estaré agradecida a Alta, la otra novia de mi esposo.

    —ANÓNIMO